A MODO DE INVENCIÓN. PRESENTACIÓN

Aquí comienza una aventura fascinante: la aventura del saber. Ese saber que no necesita justificación ni finalidad, y que proporciona, para lo que lo saborean, un inmenso placer. Un saber que es un modo de vida, y que es más importante que los conocimientos que aporta. "Corazón tiene el que mira el abismo, pero con orgullo", decía Nietzsche. Así que... ¡Atrévete a saber!


martes, 20 de diciembre de 2011

Dolor de Jazz (Final)


Tercera dosis (y final)

             Empiezan los aplausos, al principio de celebración, poco después demandantes. Quieren más y lo quieren pronto, así que alguien grita “¡bebida para los músicos!” y apenas un minuto más tarde, entre dudas de éstos de si quedarse o no en el escenario, llegaron como por milagro seis vasos de ginebra para repartir. Habrá más.

-         ¡Cojonudo! Ya verá usted, ya

            Tras una breve charla, los músicos concuerdan en terminar con un bis que ponga guinda al grado de satisfacción que tienen en sus caras, y a juzgar por los grandes sorbos que le dan a los licores, parece que se van a atrever con algo bueno de verdad. Pocos primeros compases son tan conocidos. Tocado a un ritmo endiablado, el So What del Kind of blue de Miles Davis dura apenas diez segundos, los justos para que el escuchante alce las cejas reconociendo para perderse luego en un solo del saxo alto que revienta la armonía natural. Escalas ascendentes, descendentes, silencios rotos por escalas a lomos de un caballo sin rumbo conocido y con pies de graves y platillos, hacia la libertad. Tras 5 minutos, varias entradas y salidas de instrumentos, el rechazo de una cerveza, Álvaro Fúster reacciona y poco a poco le regresan las arrugas que marcan la expresión.

-         ¡Parecen gimnastas!

            Luciano se frota las manos inquieto pero con entusiasmo, se siente bien en compañía ahora que tiene un respaldo. De repente, ya no está enfadado, no encuentra el malestar que pocos minutos antes sentía hacia la música de esta noche, la afrenta que supone llamar jazz a lo que a él le parece ruido y técnica, poco más que virtuosa. Así mira Luciano al extraño policía que le acompaña en lo que antes era un naufragio, ahora una simple cuestión de gustos, un desacuerdo en los nombres. Pero el tal Fúster ha adoptado una postura y una mueca de alarma, está atento a la música a la vez que repara en la reacción del público. Le espeta a Luciano:

-         ¿Ha hablado con el encargado?
-         Sí, le pedí una hoja de reclamaciones, pero no me la quiso dar. Me decía que no estaba para tonterías, y en verdad estoy pensando que…
-         Para empezar, tienen obligación de darle una hoja de quejas. Luego ésta la desestima o no la institución correspondiente, que es quien tiene la autoridad
-         Ya bueno…
-         Vamos a hablar con el encargado

            Lo dice mientras gira el cuerpo en dirección a la barra. Éste está imparable, piensa Luciano, y lo que ahora pase es irreversible. Le señala quién es el encargado.

            Es moreno, bajito, barrigón.

            “Bona nit. ¿Es usted el encargado?” Fúster, “sí, yo soy, ¿qué desea?” el otro, “verá, yo no he venido a este club a escuchar esto” Fúster, “¿no le gustan? pues esto está a tope, la gente no para de pedir, ¿una copita?” el otro, “son impecables, no digo que no, pero no es…” Fúster, “¿entonces? hombre, esto suena fenomenal, mire el ambiente, ¿qué beben?” el otro, “no es lo mismo la cumbia que el bolero, la música andalusí que la egipcia, ya me entiende, o tal vez no” Fúster, “(…)”, el otro, “pues eso; aquí mi amigo y yo amamos venir a un concierto y saber qué vamos a escuchar, ¿o es igual la polifonía renacentista que Wagner?”, Fúster, “pero…pero…¿y para eso viene la policía?. ¡Ah, mierda!”, el otro, “así que le han advertido. Pues hoy soy musicólogo, solo eso, pero pienso denunciar al local” Fúster, “mi...”, el moreno, “por distorsionar la convivencia armónica” Fúster, “er…” el bajito, “dar notas difusas” Fúster, “da…” el barrigón, “y no respetar los contratiempos” Fúster. “¡Mierda!”. El encargado.

-         ¡Póngame a mí ese whisky! –Ramón

            Luciano, que había asistido a la conversación con las manos unidas y hacia el suelo, como rezando para abajo, se ve a sí mismo siguiendo al extraño policía hacia la salida. No se cree lo que está pasando, pero marcha con convicción. El encargado, asombrado, pasmado, fascinado, impresionado, conmovido, sobrecogido, estupefacto, se gira botella en mano hacia el único cliente en la barra que lo mira socarrón, irónico, punzante, festivo, acodado.

-         ¿Pe…pe…pero ha visto usted?
-         He oído a medias, y suficiente.
-         ¡Van a denunciar porque esto es free jazz! ¡free jazz!
-         Además de insoportable. ¿De verdad le gusta? ¿Cuándo lo escucha? ¿Y cómo? ¡Vamos ese chupito, encargado! Esos dos dicen que no es jazz, bien, a mí me la pela pero hoy estoy con ellos, fíjese. ¿Usted cree que los músicos se escuchan entre si? ¡Ja! (Lingotazo) ¿Dónde está la comisaría más cercana?

            Y así es como pocos minutos después, en la comisaría de policía sita en Vía Laietana, un policía sentado en el mostrador, paulatinamente contrariado por la extraña denuncia que dos hombres, entre ellos un policía de otro distrito, quieren interponer por estafa, pregunta a un recién llegado que a ver él qué quiere denunciar.

-         ¡Esto no es jazz!



FIN

 El autor recomienda encarecidamente escuchar
free jazz durante la lectura de este texto y siempre

domingo, 11 de diciembre de 2011

Aquella noche


Había pasado varios años (siempre demasiados) de andar sucumbiendo a razones prácticas para hacer las cosas. El trabajo, soportando a jefes futuros golfistas (los más), y lectores de poetas sensatos y conformes con todo verso endecasílabo (los menos). La edad adulta, cuando una vaga memoria del compromiso le hacía acordarse de sus amigos y exnovios y horarios, de su buena suerte. Había cotejado las causas y los azares, las contras y las derivas. Redujo la piel a pigmentos, el barco a timón, a montura el caballo. La vida, esa emoción teórica como una razón práctica.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Dolor de jazz (3)


Tercera dosis (1ª Parte)

Hay gente a la que le ocurren cosas. Cosas. Regularmente se ven inmersos en situaciones en las que su voluntad no adquiere importancia. Encontrar una gorra tirada en la arena a las 4 de la tarde en un paseo por la playa, la aparición de un coche con una antigua amiga dentro dispuesta a recogernos en autostop en un lugar inhóspito, un cielo despejado que coincide con el día libre de trabajo tras una semana de lluvia. Aunque tales situaciones son, en ocasiones, desagradables. No se trata, entonces, de gente afortunada ni destinada a vestir un pareo durante toda la vida. Esta gente no es mejor cuando las coincidencias son prósperas, ni tampoco peor cuando el azar juega malas pasadas. Pero por el contexto en el que están, por el entorno en donde trabajan o los vecinos que tienen, esta gente, haciendo lo que hacen, opinando lo que opinan, siendo como son, destacan. Les ocurren cosas. Hay que estar haciendo autostop en una carretera secundaria en Asturias para que azarosamente una examiga te recoja y así vuelvas felizmente a tirártela. Somos gente que al hacer lo que hacemos, algo no se queda indiferente. En mi caso, soy un melómano y hago de policía, así en ese orden. A veces en mi profesión me ocurren cosas que fomentan mi amor por la música, otras que provocan mis dudas.

De éstas últimas, baste solo mencionar que soy poli de oficina y que, tras años de soportar un hilo musical estridente tipo 40 principales o excesivamente ñoño (que ya es decir) como el de Kiss FM, desistí de mi empeño en educar el oído de mis compañeros y superiores, aunque compartíamos ocho horas casi a diario. Empeño que me valió más de un adjetivo calificativo por parte de mis colegas. Sin embargo,  la historia que voy a relatar pertenece al grupo de las buenas historias, las que deben ser contadas.

Terminado el turno de tarde, me duché en la comisaría y me cambié de ropa. Me retrasé cenando en el Amics, un restaurante cuyo ambiente informal escondía una delicadeza inusual en el trato, tan familiar, y en el respeto por los alimentos. Los “espárragos hervidos 6 minutos sobre un lecho de arroz basmati y verduras contenido en una hoja de col tibia”, o plato número 13 para la comanda, fue un plato delicioso y el principal. Antes, una “ensalada colorista de verduras de temporada” y después un postre ligero de tarta de calabaza. Me encaminé al Day Jazz, un pub en el Gotic de música vanguardista y repleto de buena gente pasional y pacífica. Por eso iba a ser muy extraño para el portero del local ver una placa de policía y una mirada seria que advertía: “estoy trabajando en un caso”. Tantos policías lo hacían en muchos locales nocturnos para ahorrarse, al menos, la cola y la entrada; yo procuraba no abusar, pero en un lugar como el Day Jazz, bah, no les suponía nada.

A pocos pasos para llegar, a la altura de la Rambla en su entrada hacia Plaza Real, escuché a un hombre hablando consigo mismo y lo vi haciendo aspavientos a un coche de policía que pasaba lejano. Le pregunto qué le pasa.

-         ¿Le ocurre algo?
-         Necesito dar con la policía o encontrar un taxi para ir a la comisaría

No parece descontrolado, ni mucho menos peligroso.

-         Pues ya ha dado con ella –le digo enseñándole la placa. ¿Cuál es el problema?
-         Venga conmigo, ahí, al Day Jazz, verá, verá. Qué suerte, así será testigo. Mire, yo  no estoy loco pero hay muchos tipos de estafas, y hoy me han estafado.
-         ¿Le han cobrado la entrada y después no le han permitido entrar?
-         No es eso, mire…
-         ¿Le han cobrado la entrada y después no han llegado los músicos?
-         Que no, escuche…
-         Vale. Cuénteme despacio
-         ¿Le gusta a usted la música? –me dice brillándole los ojos
-         Claro –sonrío más que pronuncio
-         ¿El jazz?
-         Como mínimo, todas sus décadas –sigo curioso por el asunto
-         Entonces, ¿conoce el llamado free jazz? ¿Le gusta a usted?
-         Depende. Cecil Taylor, a lo sumo, y cada mucho tiempo
-         ¡Bien! Pues venga conmigo… ¡qué suerte! Comprobará lo que le digo

Prudente, le pido que me explique el motivo de la supuesta estafa.

-         Que eso no es jazz, hombre. Yo vine a ver un concierto de jazz y me han metido a  unos tipos virtuosos y frenéticos que parecen haber pasado la infancia en un vagón de metro, mamando ruido. Que no. ¿Usted lo ve lógico? Imagine que va a un recital de poesía y se encuentra con una obra de teatro, ¿no le extrañaría? Pues imagine que desea escuchar un buen directo de, pongamos por caso, una banda rockabilly, y se encuentra con heavy metal. Que no. Eso no es jazz y por tanto es una engañifa.

            Cualquier policía más o menos veterano ya está curtido en, digámoslo así, perfiles sociológicos extramuros de la supuesta normalidad, que son, a la vez, los más estudiados y los más imprevisibles, y por ello desconocidos y poco fiables. Pero yo, melómano y policía, por ese orden, no iba a hacer caso de ninguna sociología, así que acompaño a ese hombre hasta el Day Jazz. Dada la hora, no hay cola hasta después de acabado el concierto, así que vamos directamente hacia la puerta. Yo primero.

-         Policía. Soy el sargento Fúster, mi compañero y yo estamos trabajando en un caso.
-         ¿Su compañero? Este hombre ha salido hace un cuarto de hora como una exhalación, hablando solo. ¿Qué caso es ése?
-         Necesitamos entrar en su local antes de que acabe el concierto. ¿Cuánto le queda?
-         No más de 30 minutos, supongo. Ya sabe, con el free jazz
-         ¿Lo ve? –lo interrumpe el indignado. Se ha delatado, lo ha dicho.
-         Cállate Martínez. Mire, necesitamos su ayuda, una ayuda que todos los porteros de todas las discotecas de todo el mundo saben que tienen que prestar a la policía, si no quieren tener problemas de licencia, denuncias de los vecinos, o con el consumo de drogas que se toman en todos los locales como éste. ¿Quiere interponerse en el trabajo policial? ¿qué va a hacer? ¿llamar al propietario? Usted elige
-         De acuerdo –responde el portero. No tiene que amenazarme, pero de acuerdo. Espero que no sea una costumbre. De todos modos, tome un par de invitaciones a una copa. Cortesía de la casa
-         Ahora no. Estamos de servicio

Una vez dentro, se cruzan con un hombre que sale apresurado y no reparan en
que lleva recién encendido un cigarro. Por el pasillo que conduce hacia la sala, el hombre al que habían llamado Martínez le tiende la mano al policía.

-         Luciano Gonsálvez
-         Álvaro Fúster

martes, 22 de noviembre de 2011

Dolor de jazz (2/2)

Segunda Dosis (2ª Parte)

          Ramón, que tras un primer golpe se puso en guardia y pasó por el cajero, se miró en el espejo retrovisor de un coche guiñándose un ojo. Era un hombre medianamente atractivo; sabía que, si le echaba morro y se adaptaba a cada situación, más de un revolcón se daría, merced al bendito don de la labia. Por otra parte, sentía un bajo sentimiento acerca de su generación: creía que ésta, una vez pasada la treintena, había perdido convicción y aroma, como si todo el mundo prefiriera ver la vida por televisión: cada vez más programas de callejeros o películas de viajes fabulosos, por lo que cuando hablaba con sus amigos se sentía más joven, más inquieto, y por tanto más inexperto.
           
-         Alba…me encanta ese nombre. Conozco a Andrés hace mucho, antes de trabajar juntos. Somos muy amigos
-         Yo trabajo con Andrea, así que ya sabes a lo que me dedico, ¿no? También trabajamos juntas, en el mismo despacho, quiero decir.
-         No eres de aquí…
-         No, de Salamanca. Llevo aquí 3 años. Me gusta por la diversidad cultural, claro. Y porque está en el mar. Y sobre todo, hay trabajo haciendo traducciones: en editoriales, conferencias…
-         Bienvenida
-         Bueno, son ya tres años, ¿eh? Me conozco Barcelona muy bien, no te creas. Estoy muy avanzada en catalán
-         Parlas català?
-         Em defenso bastant bé
-         ¿Què? Ah, entiendo. Bueno, no es una expresión muy catalana, pero muy bien, muy bien –le rozó suavemente el brazo

    Alba, que había desviado la mirada, tardó unos segundos en reaccionar para decir:

-         Ya empieza el concierto

          Chascó tres veces el trompetista iniciando una fuga de vientos (dos saxos,trompeta y clarinete) y un ritmo endiablado como tributo a Ornette Coleman y su disco del 60, homenaje que pocos advirtieron. A partir de ahí, como marca el estilo, se sucedían breves solos de cada uno de los componentes con una particularidad: no estaban basados en una melodía original a la cual se vuelve o sobre la que se improvisa; y si había atisbos de que esto ocurriera, mediante un fraseo repetido por el saxo o el clarinete, los demás instrumentos se encargaban de romper el maleficio desarmonizando a destiempo y exigiendo la voz cantante. Descomponiendo.

          Hay que entrenar un poco el oído para hacerle olvidar canciones pop de tres minutos y tener la paciencia, casi concentración, que requiere el free jazz después de un cuarto de hora. Al ejercicio físico de los músicos, capaces de mantener la intensidad sin tiempo para el aplauso y hasta el intermedio, correspondía el público con breves pero continuos sorbos de sus bebidas alcohólicas, mecánicamente, como siendo tocada la fibra de la zozobra. Ello estimulaba a unos, como a artistas de vanguardia de distintos ámbitos, o a algunos músicos que veían su trabajo en la orquesta más como una profesión que como una oportunidad de expresarse. También a aficionados que conocían de antemano a la banda y a los grupos que a ésta se asemejan: los Bach Jazz, de Alemania, que improvisan sobre melodías de Bach aportando además un espíritu musical orientalizante, o los  FrEeO JazZ, españoles con giras mundiales cada dos años.

          Sin embargo, a otros el concierto los iba sumergiendo en un interludio entre la distracción y el desespero. De entre ellos, los que habían venido sobre todo a socializarse. Empeñados los músicos en los giros bruscos y la mezcla de escalas, se hacía difícil mantener una charla entre canción y canción (puesto que estrictamente sólo había una) sin levantar la voz excesivamente y molestar al público, que, a pesar del estilo ruidoso, conservaba el silencio del teatro y la ópera. Además, la acústica era excelente. Ramón, consciente de no haber jugado bien sus cartas, ya había clasificado mentalmente a Alba.

-         ¿Quieres que te pida algo?
-         ¿Qué?
-         ¿Beber? –se dirigió el pulgar hacia la boca, con una sonrisa
-         Sí, gracias
-         ¿Qué te parece el concierto?
-         ¿Cómo?...Ah, me encanta, la verdad
-         No sé cuánto durará, ¿has leído el programa?
-         No…
-         Yo supongo que más de una hora y media así no estarán, ¿no?
-         Ni idea, pero no me importaría, la verdad
-         ¿Escuchas esto en casa? Yo no encontraría ningún momento oportuno para ponerme un disco así. Rock por la mañana, bossa nova para cocinar, jazz en los momentos más cálidos o íntimos. Pero jazz, claro, me refiero, no sé, a Charles Baker, Stan Getz…
-         Chet. Chet Baker
-         Eso. Pero sabes qué quiero decir, ¿no? Sonidos hacia dentro, no proyectiles… vidriosos y algo…coléricos, como lo de estos tipos- señalando el escenario. Aunque no creas, me gusta lo grotesco
-         ¿Grotesco?
-         Suelo ir a exposiciones de arte, cómo lo llamaría,  contempoextraño, sí, donde el espectador tiene que armar el sentido de la obra, incluso reinterpretarla. Videocreaciones, performances, música electroacústica, teatro de vanguardia… Barcelona está llena de sitios extravagantes, es una de las capitales europeas donde más abundan. Si quieres, un día podemos quedar y te llevo a alguno de ellos.
-         Ahí viene la camarera. Yo me tomaré una cerveza, ¿y tú quieres?
-         Whisky

          Pidieron los cuatro sus bebidas. Andrea miró a Alba, que respondió agarrando subolso y encaminándose al servicio secundada por su amiga, sabedora. Los dos hombres necesitaron un segundo para darse por enterados. Sentenció Andrés:

-         Es encantadora, pero jodida

          Y siguió Andrés deleitándose con la música, sabedor. Puesto que todos sabían, Ramón calló unos minutos haciendo por comprender la situación, él también. “Una chica así…ya me gustaría. Eso para empezar. Está buena y parece bastante lista. La  combinación idónea para que a mí no me haga ni puñetero caso. Alba la mariposa ve las telas de araña, las redes del macho, los ojos del búho. Se adelanta y cambia de rumbo elegantemente, sin burla, sin ofender, sin remedio, hacia las flores. Está buena. Y cómo tiene que oler. A esto le quedará poco, llevamos una hora, joder, están rojos de soplar. Me fumaría un cigarrillo, mierda de Club. Todos tan serios, y pasivos, y entendedores: el público perfecto que bosteza a partir de la una, estén donde estén, ocurra lo que ocurra. Por eso van a la ópera y a ver La Casa de Bernarda Alba, que empiezan a las nueve. Tiene gracia, Bernarda Alba, símbolo de la terquedad de lo rural, representada una y otra vez en las ciudades, tan abiertas, permisivas. Dos marcos literalmente incomparables. ¿Y la banda? No hay mejor concierto de jazz que aquel en el que los músicos están más borrachos y sueltos que el público, ¿pero aquí? En el fondo, yo no he visto músicos más cuerdos que éstos del free jazz: bebes de más y la cagas seguro, es como si la música estuviera ya intoxicada, ebria, no sé, a mí me parece peculiar, no más. Resacosa. Está buena, Alba. Si la veo animada cuando vuelva está claro, si se muestra conversadora sabré que ha elegido, porque estas chicas eligen, hermano, elegirán hasta que se enamoren y entonces perderán toda capacidad de elección. El amor elige por ellas, qué raro. Aunque quizá debería esperar hasta el final del concierto, parecía interesarle mucho y probablemente la habré molestado en algún momento. Se hace difícil charlar aquí, crear complicidad. Seguro que Andrea le está hablando bien de mí, eso espero, nos llevamos bien, Andrea y yo. Además, ya antes me ha echado un cable con otras mujeres, aunque ésta es su amiga, hay una gran diferencia. Esperaré. Porque si Alba decide jugar hoy, quiero ser equipo visitante”.

          Volvieron las mujeres del aseo y tomaron sus asientos respectivos. Alba estaba sonriente y, al ver su bebida en la mesa, le dio un larguísimo trago. Dirigiéndose a Ramón, le soltó sin más preámbulos:

-         ¿Prefieres el alba o el ocaso?
-         Eh… Me gusta cada uno según su momento preciso
-          ¿Mar o montaña? ¿Beatles o Rollling?...
-         ¿Rubias o morenas?
-         Whisky o Ron, iba a decir. Pero lo mismo es. Estoy contigo: despertar al amanecer, adormilarse cuando anochece. Ambos me gustan. Como me pueden gustar diferentes tipos de hombres
-         Según la ocasión
-         Según el hombre


          Dos minutos más tarde Ramón, dando quizá el juego por concluido, decidió salir a fumar a la calle.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Dolor de jazz (2)

Segunda Dosis (1ª Parte)

            Mecía la noche ciudadana una suave brisa de final de verano. Con la bajada de la temperatura, pasear se convertía en un deber moral, pero los bares y los pubs estaban repletos. Turistas de su propia ciudad, los barceloneses perpetuaban la irrealidad estival de las vacaciones mensuales, cuando el placer infinito se confunde con la buena vida. De vuelta, transcurrían siempre unos días maravillosos donde los sufrientes y por siempre ciudadanos (y por inercia los recién llegados y los extranjeros de visita, todos despistados y siguiendo el barullo) asentían ante todo acto cultural al que tuvieran ocasión de ir o al que asistiera la conocida de un conocido. Los amores del invierno comenzaban, casi siempre, en septiembre. Cuando caen las flores de las sienes y el cuello se tensa y se encoge, sonrojado y como intimidado por un imprudente público que hiciera agujas de sus ojos. Es entonces cuando Pilar conoce a Pep y Joan a Carmencita, al resguardo de una charla o un recital poético las menos veces, después del cine o durante un concierto animado y pegadizo la mayoría. Lugares calientes donde permanecer tras el renacimiento que suponen los meses del estío, como los brazos perennes que rodean al bebé después de ser arrancado del seno materno. El verano.  Reverbera dulcemente en el otoño, e impulsa el instinto de agarrar mano ajena buscando el calor perdido y el contacto, la confirmación de un paraíso anhelado que quedó atrás, los balbuceos y sonrisas aniñadas de unos pre-amantes que temen la piel picada del invierno. Una cantautora, una banda de blues, flamenco o su frontera… siempre leche materna y el candor en sus caras. Un concierto de free jazz.

-         ¿Por qué no? Vamos a ir todos

Más que curiosidad, era la llamada al placer de una aventura ciudadana.

            Para Barcelona, ciudad europea, el free jazz era un montón de músculos ejercitándose con ansias de perfección, la del negro inventando una historia en cada fraseo e intentando llenar lo absoluto. Era la demencia, justificada por un instinto de éxtasis “de cuando las hierbas mágicas y las danzas grupales alrededor de una hoguera”, se oye comentar por teléfono para convencer al amigo de que el Day Jazz era una magnífica opción para esa noche. “He escuchado al grupo en Myspace, y empiezas a fliparlo desde el principio, puro entusiasmo anárquico en el sentido de Bakunin: la armonía perfecta” o “es la devastación de la fila india: como si todos fuéramos del brazo hacia una línea de funcionarios situada enfrente y habláramos al mismo tiempo con uno de ellos pero entendiéndonos, sellando cada cual su papel”. El amigo, al que todo esto le sonó a verborrea más que a una realidad concreta y al que además no gustó la última imagen burocrática, preguntó:

-         Pero, ¿va la salmantina? Si así al fin la conozco…

Y claro, la salmantina tiene buen gusto.

            Intrépido y arriesgado, el Day Jazz fue local pionero en no permitir fumar dentrode un establecimiento, cuando la ley dio opción a los empresarios en un país asustado de su propio nivel de vicio. Situado en el hígado del Gotic, junto a la plaza Real, alberga una enorme diversidad de tipos humanos, donde predominan intelectuales con toda clase de subgéneros (bohemios eruditos, abogados pero sensibles, jóvenes pero viejos, centristas ladeados); algún cartero ocurrente; unos treintañeros con beca de doctorado, otros que ya detestaban en los 60 los guateques horteras españoles de los 60, pero que no se imaginaban algo como David de María; unos amantes del Pink Floyd pre-Dark Side y vegetarianos, otros alcohólicos de concierto (en concierto). El Day Jazz mantenía alejados al resto de habitantes del Gotic (y digo habitantes puesto que no eran clientes de nada, de ninguno de los bares de la zona), es decir, jubilados, estudiantes-trabajadores sin beca-subvenciones, parados en activo, yonquis ex post-hippies, y algunos inmigrantes, mediante la efectiva taquilla y los 15 euros hirientes que daban derecho a entrar y ver el espectáculo. A cambio, un cartel que marcaba tendencias en Barcelona.

-         No seas roñoso, hombre, ya no se tiene que invitar a las mujeres. Quince euros te los gastas en calcetines. Si no quieres no te tomas nada, melón, pero te aviso de que están atentos. Bueno, te piden amablemente que consumas.
-         Entonces vamos con Andrea, y de tías, al menos, la salmantina y quizá alguna otra, ¿no?
-         That’s right!

            Como dulces adolescentes, los treintañeros sensibles que de nuevo o aún estabansolteros, maldecían tres semanas sin sexo, o tres días en épocas gloriosas que siempre fueron en verano. Del otoño a la primavera, eran abrigos opacos, mucho trabajo, cine y lecturas. O eran parejas ocasionales que duraban lo suficiente para no ponerse serias.

            La salmantina esperaba la llegada de su amiga, el novio de ésta  y algún amigo. Compartía con Andrea un pequeño despacho y traducciones de chino vertido a español, sobre todo tipo de objetos que luego se vendían en las tiendas, o sobre reuniones de grandes empresarios con visiones. De momento, no había recibido ningún encargo del Gobierno, que solía ser más interesante. Había vivido en Beijing, donde compró un precioso vestido que ella lucía ahora tan bien como hacía cinco años, de un  rojo y un corto perfectos. El pelo rubio, nariz y labios delgados, así como sus brazos, armonizaban con sus piernas y tacones. Algo en su mirada advierte de que sabe: hay que trabajárselo mucho para llamar su atención.

Y era  eso lo que su mirada expresó cuando Andrea llegó con su novio Andrés y el amigo de éste, que torpemente la observaba y pronunció con la voz engolada, antes de presentarse:

-         Nos hemos tomado unas cañas antes
-         Pero, ¿tú eres?
-         Ramón, me llamo Ramón

            Mal nombre para tener frenillo, y llegamos tarde, pensó Alba, que se adelantó al resto para coger a Andrea por el brazo y avanzar hacia la taquilla. Espacioso, el Day Jazz ofrecía una elegante fragancia como solo puede conservarse en lugares con techos altos y ambientador. Una camarera los emplazó hacia una mesa para cuatro donde verían a medias a los músicos.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Dolor de jazz

Primera dosis

Dedicado a toda música que busca... dedicado al free jazz


             Bach era el orden armonioso, el músico que combinaba instrumentos como los ingredientes de un cóctel vitamínico y sabroso, la luz de la que emanaban melodías como galaxias luminosas persiguiendo en fila y risueñas un final feliz asegurado. Schönberg y su “atonalidad”, es la lícita búsqueda de una puerta abierta y la advertencia a un mundo que desembocaba en la I Guerra Mundial: no es tan maravilloso, no todo es belleza, expresemos la incertidumbre, tal vez la angustia. En el jazz, el bebop dinamitó las menudas fronteras que habían adquirido el swing clásico de Goodman o las enormes composiciones que repetía Duke Ellington. En un arte, además, tan impulsivo y mestizo. El hardbop de Art Blakey y compañía es, entonces, la virilización de una música que se estaba poniendo blanda, y estaba hecho por músicos que aguantaban las embestidas que la sangre les mandaba. Pero el free jazz

             Quiero decir con esto que me considero una persona abierta en el arte y en la vida, tolerante e incluso apasionada, decididamente moderna, a pesar de lo que mi nombre sugiera a algunos.

             Me llamo Luciano Gonsálvez Madeira, hijo de andaluz y una gallega que cantaba jotas y a la que le gustaban los vestidos cortos que mi padre le regalaba, por lo que en cuanto los comentarios se hicieron más estrepitosos, marcharon a Barcelona en busca del mar y de acentos extranjeros, donde se instalaron y donde actualmente vivo. En mi casa no había diferencia entre discos para adultos y discos para niños (alguna vez celebramos mi cumpleaños con The Doors), aquéllos los había traído mi padre de Rota. Aún conservo la costumbre de comprar el día de mi cumpleaños un disco que me parezca interesante y que haya sido editado ese año, con el fin de disfrutarlo, solo o en compañía.

            Pero el free jazz… primero, ¿cómo se ensaya eso? Adivino: yo toco y tú me sigues, si nos encontramos en una nota (cuando nos encontremos) hacemos como una melodía (o dos) aunque se nos olvide que hay todo un ruidoso batería y un contrabajo enorme marcándonos el tempo. ¿Cuándo se termina una canción? Si todos dejan de tocar…y lo fundamental, ¿cómo se escucha?  ¿simulando un ataque de pánico o esquizofrenia para entrar en atmósfera? ¿boxeando contra un saco? ¿peleándote con cualquiera? ¿acostado, recostado, arqueado? No hay manera, con el free jazz… no hay manera. Y díganme ustedes qué postura además adopto yo en un conocido club de Barcelona (para más señas el Day Jazz) donde se programa un concierto, un sexteto de hombres de distintas nacionalidades que iban a inaugurar la nueva temporada de septiembre tras el cierre temporal del verano. Cómo me siento o si me siento o me quedo de pie, acodado en la barra o cerca del escenario; al final, pasé la primera media hora de ruidos paseando de un lado a otro de la sala, amplia para mi suerte. Como un león enjaulado al que tiran zanahorias, ¿imagináis la cara de incomprensión? Puesto que el concierto empezó treinta minutos tarde, yo llevaba ya encima una copa y media y me empujaban unas ganas tremendas de mover la pierna y chascar los dedos, pero el free jazz… Tras el asombro, vi un hueco y me colé hasta la barra.

            -    Camarero, una copa y un por qué

           El camarero (otrora barman) movía la cabeza e intentaba torpemente tararear alguno de los conatos de frases melódicas que terminaban a las pocas notas y que sonaban a la vez, misión imposible. Asimismo intentaba con su mano seguir un ritmo que era inconcebible, así que me atendió.

            -    ¿Qué bebes?
            -    Bebo Ron y escribo hojas de reclamaciones
            -    Vaya, nunca me han pedido las dos cosas al mismo tiempo, ¿me vas a pagar no?
            -    Sí hombre, toma. Imagino que estará el encargado, ¿verdad?
            -    Pero, ¿por qué? ¿qué ocurre?
            -    Ocurre que esto no es jazz y es una estafa. En el cartel lo anunciaban y he pagado mis 15 euros                  del ala y tres copas y esto no es jazz.
            -    Pero, ¿qué dice?
            -    ¡Ah! Ya no me tuteas. Por favor, llama al encargado.

            Convincente. El camarero no tuvo más que ir a buscar al encargado, que vino impávido y curtido por años de músicos y público bebedores.

            -    ¿Qué quería usted?
            -    Querría saber cómo llamaría usted a esto –señalando con las manos el escenario
            -    Esto es jazz.

            (Continúa...)

martes, 27 de septiembre de 2011

Introducción

Bebe
da un trago a tu copa
gimiendo helada y húmeda
entre dos manos calientes.
Rocíate impuro
de hierbas de colores.
Habla cuando un soplo favorable
se acerque y te interpele
sin alarma en su mirada
ni tijeras de bolsillo.
Solo piel, canela y mares
las entrañas de la tierra

martes, 22 de marzo de 2011

Camarero
un ciempiés en mi zapato.
Cien veces seccionó la impertinencia
con garras de oso amenazado.

Mientras el hombre ofrecía
cerillas prendidas en la boca
reliquias de Praga y de Iwo Jima
camisas que enmascaran la joroba
guindolas de uso en el desierto
y un curso superior de etnología
el viajero ha gemido
mirando
cien patas separadas del artrópodo
corriendo por el centro de la mesa.

martes, 22 de febrero de 2011

Las mil y una pérdidas

Cada verbo
lamer rugir enfermar
centenar de gotas turbias
las doce campanadas
y un timbrazo.

Cada nombre
el remo las vistas el y la mar
por las tres leyes de Newton
accionó reaccionó perseveró
hoy reclama su recuerdo.

Me quiero más no me quiero suman
miradas en declive
debajo del deseo.

Cada verso una lágrima
y sólo una,
mil cigarros marca nada.

Escribir es una cuenta
esto una derrota.

viernes, 18 de febrero de 2011

Mentira


Es mentira el frío.
Mentira.
Como una rosa pálida
muda o amarilla
como un te quiero dulce
si no ha llegado el día

martes, 25 de enero de 2011

Balada del mal pensado

Los lunes, su móvil azul le despertaba seleccionando una melodía no repetida en los siete  últimos días. Al entrar en el cuarto de baño para lavarse, una toallita rosa de algodón le sirve para secarse una vez hasta la próxima semana. Mientras desayuna un zumo de limón y galletas, se arrepiente de no descansar bien los domingos tras la habitual cena a solas (sin hijos) con su mujer, Lidia. ¿Por qué no descansan como hace él los viernes por la tarde en su tiempo semanal para sí mismo? ¿o los miércoles, cuando obtiene esa sensación mezcla de paz y vacío interior tras la clase de risoterapia y que le impide articular palabra durante dos horas? En lugar de eso, siempre se acaban la botella de vino y toman demasiado  postre, viendo después dos películas y haciendo una vez el amor. Tras hacerse estas preguntas, se viste con su pantalón de los lunes, sus zapatos de los lunes, y se coloca la corbata de los lunes. Por la noche leerá novela europea, este mes balcánica. No echa de menos porque, si un martes su profesora de saxo se pone enferma, siempre hay alguien que le sustituye; porque, si el amigo de esa semana con quien va a un concierto o al cine no puede asistir (tiene amigos semanales, mensuales, estacionales), cambia en su agenda del móvil el orden semanal y recurre al amigo cuyo turno era la semana siguiente. Los sábados, en cambio, son inamovibles: una vez al mes, y repartido cada siete días, va con su mujer y sus hijos a la montaña, a jugar al tenis, a la playa y al zoológico, por ese orden. A él le encanta y se divierte. Él se encuentra bien.