A MODO DE INVENCIÓN. PRESENTACIÓN

Aquí comienza una aventura fascinante: la aventura del saber. Ese saber que no necesita justificación ni finalidad, y que proporciona, para lo que lo saborean, un inmenso placer. Un saber que es un modo de vida, y que es más importante que los conocimientos que aporta. "Corazón tiene el que mira el abismo, pero con orgullo", decía Nietzsche. Así que... ¡Atrévete a saber!


martes, 21 de diciembre de 2010

Por Morente


El día 14 de diciembre de 2010, apareció una noticia en el periódico local donde se mencionaba un hecho insólito ocurrido en Granada. El artículo no mencionaba fuentes, puesto que fue una vivencia común a todos los habitantes de la ciudad. Tampoco nos hablaba de las posibles causas del fenómeno, ya que se daba por sentado que eran inexplicables, al menos racionalmente y en el lenguaje normal. No indagaba el periodista en los antecedentes históricos de un suceso de similares características, ya que escapa al sentido común, no forma parte de un hecho natural y mucho menos tiene que ver con la naturaleza (conocida) del ser humano, con su comportamiento ordinario, histórico. Sin embargo, había un tono en el escrito que no dejaba ver sorpresa, ni asombro, ni siquiera un atisbo de anormalidad en el hecho acaecido. Parece como si hubiera tenido que ocurrir, y se asumía como se asumen las olas del mar o los desayunos. Desde por la mañana, exactamente las 8:19h de ese día, hora en que salió el sol en la ciudad de Granada, nadie, en esta bendita ciudad, pudo silbar.

Todo parecía, aparentemente, normal. Comenzaban los turistas a poblar la Alhambra de flashes y acentos, se atascaba la Ronda Sur en todas sus entradas y salidas, cientos de dueños paseaban a miles de perros por las calles, dormían los que habían tapeado hasta tarde el día anterior, y se despedazaban los que habían cenado en casa, perezosos. Los bancos abrían sus puertas y miles de parados ocupaban su banco habitual, sentados, leyendo un periódico viejo. Situaciones todas en las que es posible, al ser abordados como tantas veces ocurre por una melodía cualquiera, sentirse uno irremediablemente abocado a silbarla, sin más intermedio, como brotan las flores en mayo, como arriban los vientos al bosque. Sin embargo, ese día el aliento se quedaba  entre los dientes, o era expulsado sin sonido, al igual que el intento vano de principiante de un niño. El aire estaba, su metamorfosis sonora chocaba contra un muro invisible hecho de misterio.

El periodista declaraba su propia vivencia y sabía que había ocurrido algo igual o muy parecido en el resto de ciudadanos. Toda su declaración está basada en la experiencia a lo largo de todo el día 13, por lo que el descubrimiento del fenómeno se expone a la vez que el periodista lo va viviendo, en un orden cronológico. El artículo es sucinto y está narrado en primera persona, aunque se advierte a partir de cierto momento un cambio del sujeto individual o yo, al sujeto colectivo o nosotros. Así pues, expone que, yendo en bicicleta a su trabajo en la redacción, esa mañana recordó una melodía clásica de violín que él siempre había relacionado con la mañana que, después del sueño reparador de la noche, es el momento en el que los sentidos han descansado y están más disponibles, más finos. Al intentar silbarla no emitió ningún sonido, acto que, desde que tenía uso de razón, siempre le había gustado. Al principio le hizo gracia, no poder silbar es como dejar de caminar, un gesto aprendido que nunca se olvida, a no ser por un defecto. En su lugar de trabajo puso la melodía en el reproductor para intentar acompañarla con silbidos o tararearla, pero fue imposible. Lo comentó a sus compañeros y, extrañado, les demandó que silbaran una melodía cualquiera. Ninguno pudo hacerlo. Una comentó que su hijo, de 11 años, hacía un mes que había aprendido a silbar y no paraba de inventarse canciones para practicar, pero que esa mañana, hecho del que no fue consciente hasta ese momento, no había emitido ni un pitido. Medio olvidando el asunto, todos acudieron a sus respectivos quehaceres con la mosca detrás de la oreja, y todos, sin excepción, realizaron algunas averiguaciones.

Así pues, María, encargada de sucesos, fue a la parte norte de la ciudad donde un camión de bomberos, paradójicamente, había sido atacado e incendiado; según la policía, alrededor de seis jóvenes habían provocado el incendio de un coche abandonado y habían, a su vez, avisado a los bomberos. Acto seguido, una vez el camión se disponía a apagar el fuego, estos seis jóvenes atacaron por sorpresa y tras hacer huir a los funcionarios, vaciaron el depósito de agua, condujeron gran parte de la noche y finalmente incendiaron el vehículo. Dos de ellos habían sido detenidos, y María pasó parte de la mañana entrevistando a los familiares. Ante la pregunta final de “¿pueden ustedes silbar?”, y después de un momento de extrañeza e incluso tensión, comprobaron que no podían, y Juanillo, primo del detenido y cantaor en ciernes, no pudo articular ni el tirititrán. Por su parte, Andrés, reportero deportivo, fue a visitar a la peña principal del Granada C.F., “La Zairdina”, quienes habían compuesto un nuevo himno para su equipo que creaba polémica en la ciudad por politizado. Andrés tenía que recoger el ambiente con el que los peñistas se tomaban aquello, y grabar el nuevo himno que se daría en exclusiva en la edición digital del periódico. Fue cosa imposible. Marcos, veterano etnógrafo de la política local, tenía concertada una entrevista con el alcalde y, aprovechando el trato campechano con el que éste acostumbraba a despachar a los periodistas poco afines, no se sorprendió de la última pregunta del cronista y contestó adustamente, meneando la cabeza: “Marquitos, yo no sé silbar…”.

Por la ciudad corría un viento frío y silbante, batiendo puertas y persianas como si una mano enorme e invisible, llena de odio y resentimiento, anduviera buscando algo a lo que aferrarse, desesperada de sí misma. Era el viento de la Sierra que, sin encontrar oposición alguna hasta la misma ciudad, se vengaba helado traspasando la piel y la pana de los abrigos. No obstante, ese día hubo algo diferente. Puesto que desde media mañana dejaron de funcionar las radios, las televisiones, el claxon de los coches, toda la ciudad quedó sometida a un duro e implacable silencio que ahogaba cualquier sonido natural o artificial producido por el hombre. Hubo confusión y peleas en la estación de trenes y autobuses ya que los altavoces no transmitían los horarios de entradas y salidas; hubo un caos en el tráfico pues la policía no lograba hacerse respetar mediante sus silbatos, inertes. Sólo el viento se hacía oír y la gente empezó frunciendo el ceño, después se aletargó en sus abrigos, cada vez más abrochados y bien alzados los cuellos, para finalmente caminar en un modo fatigoso y renqueante, hundidos los hombros y caídos los brazos hacia el suelo.

Pasadas las cinco de la tarde, todos, y cada uno de los habitantes de la ciudad, rompieron el hechizo con un hermoso y único ayeo por soleá, acompañado de un sincero llanto.

jueves, 16 de diciembre de 2010

La no pedida de mano

(traducción de La non-demande en marriage de George Brassens)

De suerte amor, no hemos metido
en la garganta de Cupido
su propia flecha;
tantos amantes lo intentaron
que infelices apagaron
la luz, la mecha.

Estribillo:
un honor es
no tener que
pedir tu mano;
no es empeño
ser los dueños
del amor humano.

Dejemos libres a los pájaros
las palabras son los atajos
a nuestra prisión.
¡Al diablo esos sabiondos
que expresan los negros hongos
del corazón!        

Venus envejece a menudo
perdiendo su don mudo
de diosa altiva
a ningún precio quiero
deshojar en el puchero
la margarita.

Perdemos todo el atractivo
preguntándonos el acertijo
una y otra vez
hermosas hojas verdes
arrugadas en libros pierden
su florecer

Puede parecer un descanso
meter el alma en un cazo
de cocinar
mas la manzana prohibida
si está cortada, si está hervida
no sabrá natural.

Los criados se han marchado
de las labores, con agrado
yo te dispenso…
como mi eterna prometida
así te pienso, mi vida
siempre te pienso…

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Balada del solista idiota

El yo es una casa construida con las propias manos, a veces de tierra y agua, a veces de soga y viento. En ella se encuentran perfectamente repartidas las habitaciones, cada una amueblada, además, según condición. El cuarto principal, donde descansa y se place el rey de la casa, la cocina, el cuarto de baño, e incluso un espacio común, la sala de estar, donde festejar y no cenar solo. En esta casa construida con las propias manos se pueden abrir o cerrar las ventanas al exterior, bajar o subir sus persianas. Encender una vela a oscuras y escuchar un disco hasta el infinito, o salir a la terraza a charlar con el vecino, respirar el profundo aire de las calles. Pero lo que no puede faltar en una casa construida con las propias manos es el cuarto de invitados, situado, según el caso, felizmente a la entrada frente al cerezo del jardín donde canta el ruiseñor al renacer el sol cada mañana, o relegado, según el caso, a una breve y umbría habitación junto a la caseta de un perro ladrador, con una vieja manta que ofrecer, al fondo del placard.