A MODO DE INVENCIÓN. PRESENTACIÓN

Aquí comienza una aventura fascinante: la aventura del saber. Ese saber que no necesita justificación ni finalidad, y que proporciona, para lo que lo saborean, un inmenso placer. Un saber que es un modo de vida, y que es más importante que los conocimientos que aporta. "Corazón tiene el que mira el abismo, pero con orgullo", decía Nietzsche. Así que... ¡Atrévete a saber!


jueves, 28 de octubre de 2010

Poemas de la memoria (2)


Seré

Lo mucho que tú lloras.
¿Seré pañuelo?
¿Seré yo el cerco
que presto te permite
ser de un salto libre?

¿Seré yo un medio?
¿La cuerda que une el arco
(tenso como espinas)
y dispara las flechas
que Cupido te dirige a la garganta?

¿Acaso el cuchillo que hiere
risueño e inocente
iniciales de amor en los asientos?

¿Seré yo un pero?
¿La piedra que daña
la espalada a los amantes
ocultos en las zarzas?

¿Seré yo un quiero?
¿El viento que entrelleva
el perfume de la rosa
de ardiente primavera?

¿Seré yo un puedo?
¿La mesa que soporta
neutra de amarguras
diarios que empiezan en invierno?

Seré yo un creo.

La vida que perdura
sin tierra y sin tu espalda;
no más que el canto y la guitarra
en días de noche buena
no tan lejos de la hoguera.

Poemas de la memoria

TIEMPO

I. Presente

Ahora

Ni ayer ni más tarde
ahora que con tiempo y con urgencia
- que con tiempo e impaciencia -
no hay céfiro que avente
mis razones, las pupilas
los vómitos del alma
y los sauces que se alzan fulminantes.

Ahora.
El pasado un viento que muerde
un rodeo impodable
aleteo en la cara de un cuervo furioso.

Ahora.
La vida es el ripio
de una coartada pura sangre,
una espera a que vengan
las musas del ocio
y lleguen cantando.

Ahora.
Un motín el futuro
(cómo hacer sus labios besables)
tan incierto y ominoso
como hacer sus labios besables.

II. Futuro esperado


Primeros auxilios

Será poco el soñar,
digo, es un decir,
si rezuman los sueños lombrices
que hacen yerma la tierra
y los recuerdos aparecen
y son nostalgias mal sanadas,
se suspiran las tardes
e impacientan las noches,
se dudan las mañanas
y se empolva el ventanal
umbrío por desidia.

Y puesto que es poco soñar,
digo, es un decir,
libro a las rosas del florero
rompo los papelitos amargos
cuadrados
(aquellos que eran más hambrientos)
y de un solo soplo marinero
acerco los labios al alféizar
lleno mis pulmones ateridos
y ahuyento la pólvora.

En busca de un sueño,
quiero decir,
de una luna hecha de miel
de un sol hecho de auroras,
voy con calma
ya que la nostalgia
baja sólo por un brazo
ya que lloro
no más que por un ojo
ya que ando
con casi pierna y media.

III. Futuro soñado

Antigualla


Una fuente
muy antigua;
yo bebo
tú bebes
los dos bebemos
nos miramos mientras bebemos
frente a frente
nos besamos
muy despacio
somos uno
nos bebemos.


martes, 19 de octubre de 2010

De monedas y hombres

Andrea y su hijo Diego, de 5 años, visitaban la ciudad muy a menudo. Habitaban un pequeño pueblo llamado San Lorenzo, casi una aldea, que, como todas las aldeas,  respiraba en el aire un ambiente de sosiego y cómodo silencio. Todas las tardes, Andrea volvía del trabajo en la ciudad, cansada y somnolienta, preocupada por los problemas cotidianos, y siempre se olvidaba cuando, tras aparcar el coche, saludaba a sus vecinos preguntándoles por el día transcurrido y su hijo Diego salía a recibirla con los brazos abiertos.

-    ¡Hola mami!
-    ¡Hola hijo! ¿Cómo te ha ido hoy en el cole?
-    ¡Bien! Hemos jugado a los países, y nos hemos pintado la cara de negro, de rojo, de blanco, ¿sabes que los japoneses tienen los ojos así?

Y se estiraba la piel.

-    Y los chinos también, mami, se dice achinar los ojos. ¡Soy un chino! ¡soy un chino!

Dentro de casa, el papá de Diego, de nombre Daniel, cocinaba con un enorme
delantal blanco amarrado a la cintura. Preparaba un revuelto de espárragos y una gran ensalada donde abundaban los quesos y la lechuga, verde y fresca como el mar. Por la tarde habían hecho pan…

-    … y mira el que ha hecho Diego, es más pequeño que el mío pero ¡uummm! ¡Sabe mucho mejor!

Y así transcurrían las noches en casa de Andrea. Pero ahora era por la mañana, y un espeso humo negro no dejaba ver a Diego las caras de señores muy serios al volante, u otros niños que, como él, cantaban sus canciones preferidas en silencio. Se acercaban a la ciudad, ella tenía que trabajar y él asistir al cole. Desde una rotonda enorme, las carreteras salían disparadas como los rayos del sol para iluminar el camino a los coches sin perder la dirección; y un semáforo saludaba por colores a todo el que quisiera mirar. Fue allí, cuando el señor África se acercó junto al coche, que vio a su madre hablar con este desconocido.

-    No, lo siento, no tengo suelto

Diego se quedó pensando.

-    Mamá, ¿qué quería ese Señor?
-    Monedas
-    ¿Qué quiere, comprar chuches?
-    No, son para comida, ropa. Juguetes para sus hijos
-    ¿Él no tiene moneditas?
-    No, él es pobre. Como no tiene trabajo, tiene que pedir a los que sí trabajamos. ¡Para comer hijo!

Y Diego siguió pensativo. ¿Cómo es no tener monedas? Ayer su padre le dio una y compró pan a la señora Concha. ¿Cómo las tenían papá y mamá? ¿Trabajando? Diego se imaginó a sus papás y a los papás de sus amigos corriendo por el patio y disfrazándose de dibujos animados y de animales, toda la mañana y hasta la hora de comer, cuando lo recogía su padre de la escuela. ¿Y por qué no lo hace el señor África, que se parecía a Sarita cuando se pintó ayer de negro, en el cole? A él le tocó China, ¡con lo divertido que es!

Entretanto, ya habían llegado. En clase estarían Manuel y Laura, su primita
Arancha, a la que protegía del tonto de Pedro, la seño Lucía… Pero Diego no se bajaba del coche. Su mamá le hablaba.

-    ¡Venga hijo, que no tengo todo el día!
-    ¿Qué te pasa? Estás muy serio, ¿te ocurre algo?

Diego no miraba del todo a su mamá. Se había cruzado de brazos y con el
cuerpo rígido, callaba. Ante la insistencia de su madre, se quitó el cinturón y bajó.

-    Diego dime, ¿qué tienes? ¿te duele algo? Pero, ¿por qué lloras?
-    (Llorando) ¿Y no va a tener zapatos? ¿ni va a comer yogur? ¿ni piti? ¿dónde están sus hijos?
-    ¡Ay, cariño! ¿es por eso? Es que mamá hoy no tenía monedas, pero no te preocupes, que muchas personas le darán hoy -mintió para consolarlo
-    ¿Y si no le dan?
-    Mira, te prometo que mañana cuando veamos al señor le daré unas monedas para que se compre zapatos, ¿vale?
-    Vale

Medio convencido al fin, Diego entró en el colegio, dispuesto a darle un beso a
Sarita. Y su madre, emocionada, maldijo la pobreza y bendijo la infancia.

A la mañana siguiente, Diego no recordaba cuándo se quedó dormido,
pero sí lo que había soñado. Soñó que  sus papás, señor África y él iban por San Lorenzo, y cuando tenían sed, él escarbaba la tierra y salía un enorme chorro de agua fresca; cuando tenían hambre, Diego alargaba la mano y cogía la mejor fruta de los árboles del señor Gomezpin, ¡y éste no se enfadaba! Si señor África se ponía triste o echaba de menos a su familia como le había explicado su papá la noche anterior,
llamaría a Sarita y a  Manuel para que jugaran con él al escondite, ¡así se alegrarían cada vez que se encontraran! Se levantó entonces de un salto y en el pequeño jardín que tenían sus padres en la parte trasera de la casa, escarbó con una piedra pero no salió agua; además, intentó coger el fruto de la zarzamora pero todos eran muy pequeños y se pinchaba los dedos.

-    Mamá, ¿tienes moneditas?
-    Sí hijo, desayuna y después vamos a buscar al señor de ayer

Montado en el coche, Diego agarraba las monedas con su mano derecha. Llegaron al semáforo de todos los días, pero allí no estaba señor África. Andrea pensaba que era normal, se avecinaba lluvia y nadie quería mojarse.

-    Hoy no ha venido, Diego, verás como lo vemos otro día.
-    ¡No! ¡Las moras son pequeñas y pican! ¡y no hay agua debajo del suelo!
-    Pero Diego …

Y así estuvieron dando vueltas con el coche, mientras el cielo se aclaraba y se
limpiaba de espesura. A los 30 minutos, Andrea dio una vuelta completa a una rotonda silenciosamente, y alcanzó a aquel hombre que caminaba distraído.

-    Disculpe señor, mi hijo quería decirle buenos días y darle una cosa
-    Hola chico, ¿cómo te llamas?
-    China… Diego.

Y de un rápido impulso, le dio las monedas al señor África. Estaban calientes y
sudadas.

-    ¡Gracias! Yo me llamo Nelson

Momentos después, Andrea, sonriente y feliz, llegaba tarde al trabajo.