A MODO DE INVENCIÓN. PRESENTACIÓN

Aquí comienza una aventura fascinante: la aventura del saber. Ese saber que no necesita justificación ni finalidad, y que proporciona, para lo que lo saborean, un inmenso placer. Un saber que es un modo de vida, y que es más importante que los conocimientos que aporta. "Corazón tiene el que mira el abismo, pero con orgullo", decía Nietzsche. Así que... ¡Atrévete a saber!


martes, 22 de noviembre de 2011

Dolor de jazz (2/2)

Segunda Dosis (2ª Parte)

          Ramón, que tras un primer golpe se puso en guardia y pasó por el cajero, se miró en el espejo retrovisor de un coche guiñándose un ojo. Era un hombre medianamente atractivo; sabía que, si le echaba morro y se adaptaba a cada situación, más de un revolcón se daría, merced al bendito don de la labia. Por otra parte, sentía un bajo sentimiento acerca de su generación: creía que ésta, una vez pasada la treintena, había perdido convicción y aroma, como si todo el mundo prefiriera ver la vida por televisión: cada vez más programas de callejeros o películas de viajes fabulosos, por lo que cuando hablaba con sus amigos se sentía más joven, más inquieto, y por tanto más inexperto.
           
-         Alba…me encanta ese nombre. Conozco a Andrés hace mucho, antes de trabajar juntos. Somos muy amigos
-         Yo trabajo con Andrea, así que ya sabes a lo que me dedico, ¿no? También trabajamos juntas, en el mismo despacho, quiero decir.
-         No eres de aquí…
-         No, de Salamanca. Llevo aquí 3 años. Me gusta por la diversidad cultural, claro. Y porque está en el mar. Y sobre todo, hay trabajo haciendo traducciones: en editoriales, conferencias…
-         Bienvenida
-         Bueno, son ya tres años, ¿eh? Me conozco Barcelona muy bien, no te creas. Estoy muy avanzada en catalán
-         Parlas català?
-         Em defenso bastant bé
-         ¿Què? Ah, entiendo. Bueno, no es una expresión muy catalana, pero muy bien, muy bien –le rozó suavemente el brazo

    Alba, que había desviado la mirada, tardó unos segundos en reaccionar para decir:

-         Ya empieza el concierto

          Chascó tres veces el trompetista iniciando una fuga de vientos (dos saxos,trompeta y clarinete) y un ritmo endiablado como tributo a Ornette Coleman y su disco del 60, homenaje que pocos advirtieron. A partir de ahí, como marca el estilo, se sucedían breves solos de cada uno de los componentes con una particularidad: no estaban basados en una melodía original a la cual se vuelve o sobre la que se improvisa; y si había atisbos de que esto ocurriera, mediante un fraseo repetido por el saxo o el clarinete, los demás instrumentos se encargaban de romper el maleficio desarmonizando a destiempo y exigiendo la voz cantante. Descomponiendo.

          Hay que entrenar un poco el oído para hacerle olvidar canciones pop de tres minutos y tener la paciencia, casi concentración, que requiere el free jazz después de un cuarto de hora. Al ejercicio físico de los músicos, capaces de mantener la intensidad sin tiempo para el aplauso y hasta el intermedio, correspondía el público con breves pero continuos sorbos de sus bebidas alcohólicas, mecánicamente, como siendo tocada la fibra de la zozobra. Ello estimulaba a unos, como a artistas de vanguardia de distintos ámbitos, o a algunos músicos que veían su trabajo en la orquesta más como una profesión que como una oportunidad de expresarse. También a aficionados que conocían de antemano a la banda y a los grupos que a ésta se asemejan: los Bach Jazz, de Alemania, que improvisan sobre melodías de Bach aportando además un espíritu musical orientalizante, o los  FrEeO JazZ, españoles con giras mundiales cada dos años.

          Sin embargo, a otros el concierto los iba sumergiendo en un interludio entre la distracción y el desespero. De entre ellos, los que habían venido sobre todo a socializarse. Empeñados los músicos en los giros bruscos y la mezcla de escalas, se hacía difícil mantener una charla entre canción y canción (puesto que estrictamente sólo había una) sin levantar la voz excesivamente y molestar al público, que, a pesar del estilo ruidoso, conservaba el silencio del teatro y la ópera. Además, la acústica era excelente. Ramón, consciente de no haber jugado bien sus cartas, ya había clasificado mentalmente a Alba.

-         ¿Quieres que te pida algo?
-         ¿Qué?
-         ¿Beber? –se dirigió el pulgar hacia la boca, con una sonrisa
-         Sí, gracias
-         ¿Qué te parece el concierto?
-         ¿Cómo?...Ah, me encanta, la verdad
-         No sé cuánto durará, ¿has leído el programa?
-         No…
-         Yo supongo que más de una hora y media así no estarán, ¿no?
-         Ni idea, pero no me importaría, la verdad
-         ¿Escuchas esto en casa? Yo no encontraría ningún momento oportuno para ponerme un disco así. Rock por la mañana, bossa nova para cocinar, jazz en los momentos más cálidos o íntimos. Pero jazz, claro, me refiero, no sé, a Charles Baker, Stan Getz…
-         Chet. Chet Baker
-         Eso. Pero sabes qué quiero decir, ¿no? Sonidos hacia dentro, no proyectiles… vidriosos y algo…coléricos, como lo de estos tipos- señalando el escenario. Aunque no creas, me gusta lo grotesco
-         ¿Grotesco?
-         Suelo ir a exposiciones de arte, cómo lo llamaría,  contempoextraño, sí, donde el espectador tiene que armar el sentido de la obra, incluso reinterpretarla. Videocreaciones, performances, música electroacústica, teatro de vanguardia… Barcelona está llena de sitios extravagantes, es una de las capitales europeas donde más abundan. Si quieres, un día podemos quedar y te llevo a alguno de ellos.
-         Ahí viene la camarera. Yo me tomaré una cerveza, ¿y tú quieres?
-         Whisky

          Pidieron los cuatro sus bebidas. Andrea miró a Alba, que respondió agarrando subolso y encaminándose al servicio secundada por su amiga, sabedora. Los dos hombres necesitaron un segundo para darse por enterados. Sentenció Andrés:

-         Es encantadora, pero jodida

          Y siguió Andrés deleitándose con la música, sabedor. Puesto que todos sabían, Ramón calló unos minutos haciendo por comprender la situación, él también. “Una chica así…ya me gustaría. Eso para empezar. Está buena y parece bastante lista. La  combinación idónea para que a mí no me haga ni puñetero caso. Alba la mariposa ve las telas de araña, las redes del macho, los ojos del búho. Se adelanta y cambia de rumbo elegantemente, sin burla, sin ofender, sin remedio, hacia las flores. Está buena. Y cómo tiene que oler. A esto le quedará poco, llevamos una hora, joder, están rojos de soplar. Me fumaría un cigarrillo, mierda de Club. Todos tan serios, y pasivos, y entendedores: el público perfecto que bosteza a partir de la una, estén donde estén, ocurra lo que ocurra. Por eso van a la ópera y a ver La Casa de Bernarda Alba, que empiezan a las nueve. Tiene gracia, Bernarda Alba, símbolo de la terquedad de lo rural, representada una y otra vez en las ciudades, tan abiertas, permisivas. Dos marcos literalmente incomparables. ¿Y la banda? No hay mejor concierto de jazz que aquel en el que los músicos están más borrachos y sueltos que el público, ¿pero aquí? En el fondo, yo no he visto músicos más cuerdos que éstos del free jazz: bebes de más y la cagas seguro, es como si la música estuviera ya intoxicada, ebria, no sé, a mí me parece peculiar, no más. Resacosa. Está buena, Alba. Si la veo animada cuando vuelva está claro, si se muestra conversadora sabré que ha elegido, porque estas chicas eligen, hermano, elegirán hasta que se enamoren y entonces perderán toda capacidad de elección. El amor elige por ellas, qué raro. Aunque quizá debería esperar hasta el final del concierto, parecía interesarle mucho y probablemente la habré molestado en algún momento. Se hace difícil charlar aquí, crear complicidad. Seguro que Andrea le está hablando bien de mí, eso espero, nos llevamos bien, Andrea y yo. Además, ya antes me ha echado un cable con otras mujeres, aunque ésta es su amiga, hay una gran diferencia. Esperaré. Porque si Alba decide jugar hoy, quiero ser equipo visitante”.

          Volvieron las mujeres del aseo y tomaron sus asientos respectivos. Alba estaba sonriente y, al ver su bebida en la mesa, le dio un larguísimo trago. Dirigiéndose a Ramón, le soltó sin más preámbulos:

-         ¿Prefieres el alba o el ocaso?
-         Eh… Me gusta cada uno según su momento preciso
-          ¿Mar o montaña? ¿Beatles o Rollling?...
-         ¿Rubias o morenas?
-         Whisky o Ron, iba a decir. Pero lo mismo es. Estoy contigo: despertar al amanecer, adormilarse cuando anochece. Ambos me gustan. Como me pueden gustar diferentes tipos de hombres
-         Según la ocasión
-         Según el hombre


          Dos minutos más tarde Ramón, dando quizá el juego por concluido, decidió salir a fumar a la calle.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Dolor de jazz (2)

Segunda Dosis (1ª Parte)

            Mecía la noche ciudadana una suave brisa de final de verano. Con la bajada de la temperatura, pasear se convertía en un deber moral, pero los bares y los pubs estaban repletos. Turistas de su propia ciudad, los barceloneses perpetuaban la irrealidad estival de las vacaciones mensuales, cuando el placer infinito se confunde con la buena vida. De vuelta, transcurrían siempre unos días maravillosos donde los sufrientes y por siempre ciudadanos (y por inercia los recién llegados y los extranjeros de visita, todos despistados y siguiendo el barullo) asentían ante todo acto cultural al que tuvieran ocasión de ir o al que asistiera la conocida de un conocido. Los amores del invierno comenzaban, casi siempre, en septiembre. Cuando caen las flores de las sienes y el cuello se tensa y se encoge, sonrojado y como intimidado por un imprudente público que hiciera agujas de sus ojos. Es entonces cuando Pilar conoce a Pep y Joan a Carmencita, al resguardo de una charla o un recital poético las menos veces, después del cine o durante un concierto animado y pegadizo la mayoría. Lugares calientes donde permanecer tras el renacimiento que suponen los meses del estío, como los brazos perennes que rodean al bebé después de ser arrancado del seno materno. El verano.  Reverbera dulcemente en el otoño, e impulsa el instinto de agarrar mano ajena buscando el calor perdido y el contacto, la confirmación de un paraíso anhelado que quedó atrás, los balbuceos y sonrisas aniñadas de unos pre-amantes que temen la piel picada del invierno. Una cantautora, una banda de blues, flamenco o su frontera… siempre leche materna y el candor en sus caras. Un concierto de free jazz.

-         ¿Por qué no? Vamos a ir todos

Más que curiosidad, era la llamada al placer de una aventura ciudadana.

            Para Barcelona, ciudad europea, el free jazz era un montón de músculos ejercitándose con ansias de perfección, la del negro inventando una historia en cada fraseo e intentando llenar lo absoluto. Era la demencia, justificada por un instinto de éxtasis “de cuando las hierbas mágicas y las danzas grupales alrededor de una hoguera”, se oye comentar por teléfono para convencer al amigo de que el Day Jazz era una magnífica opción para esa noche. “He escuchado al grupo en Myspace, y empiezas a fliparlo desde el principio, puro entusiasmo anárquico en el sentido de Bakunin: la armonía perfecta” o “es la devastación de la fila india: como si todos fuéramos del brazo hacia una línea de funcionarios situada enfrente y habláramos al mismo tiempo con uno de ellos pero entendiéndonos, sellando cada cual su papel”. El amigo, al que todo esto le sonó a verborrea más que a una realidad concreta y al que además no gustó la última imagen burocrática, preguntó:

-         Pero, ¿va la salmantina? Si así al fin la conozco…

Y claro, la salmantina tiene buen gusto.

            Intrépido y arriesgado, el Day Jazz fue local pionero en no permitir fumar dentrode un establecimiento, cuando la ley dio opción a los empresarios en un país asustado de su propio nivel de vicio. Situado en el hígado del Gotic, junto a la plaza Real, alberga una enorme diversidad de tipos humanos, donde predominan intelectuales con toda clase de subgéneros (bohemios eruditos, abogados pero sensibles, jóvenes pero viejos, centristas ladeados); algún cartero ocurrente; unos treintañeros con beca de doctorado, otros que ya detestaban en los 60 los guateques horteras españoles de los 60, pero que no se imaginaban algo como David de María; unos amantes del Pink Floyd pre-Dark Side y vegetarianos, otros alcohólicos de concierto (en concierto). El Day Jazz mantenía alejados al resto de habitantes del Gotic (y digo habitantes puesto que no eran clientes de nada, de ninguno de los bares de la zona), es decir, jubilados, estudiantes-trabajadores sin beca-subvenciones, parados en activo, yonquis ex post-hippies, y algunos inmigrantes, mediante la efectiva taquilla y los 15 euros hirientes que daban derecho a entrar y ver el espectáculo. A cambio, un cartel que marcaba tendencias en Barcelona.

-         No seas roñoso, hombre, ya no se tiene que invitar a las mujeres. Quince euros te los gastas en calcetines. Si no quieres no te tomas nada, melón, pero te aviso de que están atentos. Bueno, te piden amablemente que consumas.
-         Entonces vamos con Andrea, y de tías, al menos, la salmantina y quizá alguna otra, ¿no?
-         That’s right!

            Como dulces adolescentes, los treintañeros sensibles que de nuevo o aún estabansolteros, maldecían tres semanas sin sexo, o tres días en épocas gloriosas que siempre fueron en verano. Del otoño a la primavera, eran abrigos opacos, mucho trabajo, cine y lecturas. O eran parejas ocasionales que duraban lo suficiente para no ponerse serias.

            La salmantina esperaba la llegada de su amiga, el novio de ésta  y algún amigo. Compartía con Andrea un pequeño despacho y traducciones de chino vertido a español, sobre todo tipo de objetos que luego se vendían en las tiendas, o sobre reuniones de grandes empresarios con visiones. De momento, no había recibido ningún encargo del Gobierno, que solía ser más interesante. Había vivido en Beijing, donde compró un precioso vestido que ella lucía ahora tan bien como hacía cinco años, de un  rojo y un corto perfectos. El pelo rubio, nariz y labios delgados, así como sus brazos, armonizaban con sus piernas y tacones. Algo en su mirada advierte de que sabe: hay que trabajárselo mucho para llamar su atención.

Y era  eso lo que su mirada expresó cuando Andrea llegó con su novio Andrés y el amigo de éste, que torpemente la observaba y pronunció con la voz engolada, antes de presentarse:

-         Nos hemos tomado unas cañas antes
-         Pero, ¿tú eres?
-         Ramón, me llamo Ramón

            Mal nombre para tener frenillo, y llegamos tarde, pensó Alba, que se adelantó al resto para coger a Andrea por el brazo y avanzar hacia la taquilla. Espacioso, el Day Jazz ofrecía una elegante fragancia como solo puede conservarse en lugares con techos altos y ambientador. Una camarera los emplazó hacia una mesa para cuatro donde verían a medias a los músicos.