A MODO DE INVENCIÓN. PRESENTACIÓN

Aquí comienza una aventura fascinante: la aventura del saber. Ese saber que no necesita justificación ni finalidad, y que proporciona, para lo que lo saborean, un inmenso placer. Un saber que es un modo de vida, y que es más importante que los conocimientos que aporta. "Corazón tiene el que mira el abismo, pero con orgullo", decía Nietzsche. Así que... ¡Atrévete a saber!


martes, 20 de diciembre de 2011

Dolor de Jazz (Final)


Tercera dosis (y final)

             Empiezan los aplausos, al principio de celebración, poco después demandantes. Quieren más y lo quieren pronto, así que alguien grita “¡bebida para los músicos!” y apenas un minuto más tarde, entre dudas de éstos de si quedarse o no en el escenario, llegaron como por milagro seis vasos de ginebra para repartir. Habrá más.

-         ¡Cojonudo! Ya verá usted, ya

            Tras una breve charla, los músicos concuerdan en terminar con un bis que ponga guinda al grado de satisfacción que tienen en sus caras, y a juzgar por los grandes sorbos que le dan a los licores, parece que se van a atrever con algo bueno de verdad. Pocos primeros compases son tan conocidos. Tocado a un ritmo endiablado, el So What del Kind of blue de Miles Davis dura apenas diez segundos, los justos para que el escuchante alce las cejas reconociendo para perderse luego en un solo del saxo alto que revienta la armonía natural. Escalas ascendentes, descendentes, silencios rotos por escalas a lomos de un caballo sin rumbo conocido y con pies de graves y platillos, hacia la libertad. Tras 5 minutos, varias entradas y salidas de instrumentos, el rechazo de una cerveza, Álvaro Fúster reacciona y poco a poco le regresan las arrugas que marcan la expresión.

-         ¡Parecen gimnastas!

            Luciano se frota las manos inquieto pero con entusiasmo, se siente bien en compañía ahora que tiene un respaldo. De repente, ya no está enfadado, no encuentra el malestar que pocos minutos antes sentía hacia la música de esta noche, la afrenta que supone llamar jazz a lo que a él le parece ruido y técnica, poco más que virtuosa. Así mira Luciano al extraño policía que le acompaña en lo que antes era un naufragio, ahora una simple cuestión de gustos, un desacuerdo en los nombres. Pero el tal Fúster ha adoptado una postura y una mueca de alarma, está atento a la música a la vez que repara en la reacción del público. Le espeta a Luciano:

-         ¿Ha hablado con el encargado?
-         Sí, le pedí una hoja de reclamaciones, pero no me la quiso dar. Me decía que no estaba para tonterías, y en verdad estoy pensando que…
-         Para empezar, tienen obligación de darle una hoja de quejas. Luego ésta la desestima o no la institución correspondiente, que es quien tiene la autoridad
-         Ya bueno…
-         Vamos a hablar con el encargado

            Lo dice mientras gira el cuerpo en dirección a la barra. Éste está imparable, piensa Luciano, y lo que ahora pase es irreversible. Le señala quién es el encargado.

            Es moreno, bajito, barrigón.

            “Bona nit. ¿Es usted el encargado?” Fúster, “sí, yo soy, ¿qué desea?” el otro, “verá, yo no he venido a este club a escuchar esto” Fúster, “¿no le gustan? pues esto está a tope, la gente no para de pedir, ¿una copita?” el otro, “son impecables, no digo que no, pero no es…” Fúster, “¿entonces? hombre, esto suena fenomenal, mire el ambiente, ¿qué beben?” el otro, “no es lo mismo la cumbia que el bolero, la música andalusí que la egipcia, ya me entiende, o tal vez no” Fúster, “(…)”, el otro, “pues eso; aquí mi amigo y yo amamos venir a un concierto y saber qué vamos a escuchar, ¿o es igual la polifonía renacentista que Wagner?”, Fúster, “pero…pero…¿y para eso viene la policía?. ¡Ah, mierda!”, el otro, “así que le han advertido. Pues hoy soy musicólogo, solo eso, pero pienso denunciar al local” Fúster, “mi...”, el moreno, “por distorsionar la convivencia armónica” Fúster, “er…” el bajito, “dar notas difusas” Fúster, “da…” el barrigón, “y no respetar los contratiempos” Fúster. “¡Mierda!”. El encargado.

-         ¡Póngame a mí ese whisky! –Ramón

            Luciano, que había asistido a la conversación con las manos unidas y hacia el suelo, como rezando para abajo, se ve a sí mismo siguiendo al extraño policía hacia la salida. No se cree lo que está pasando, pero marcha con convicción. El encargado, asombrado, pasmado, fascinado, impresionado, conmovido, sobrecogido, estupefacto, se gira botella en mano hacia el único cliente en la barra que lo mira socarrón, irónico, punzante, festivo, acodado.

-         ¿Pe…pe…pero ha visto usted?
-         He oído a medias, y suficiente.
-         ¡Van a denunciar porque esto es free jazz! ¡free jazz!
-         Además de insoportable. ¿De verdad le gusta? ¿Cuándo lo escucha? ¿Y cómo? ¡Vamos ese chupito, encargado! Esos dos dicen que no es jazz, bien, a mí me la pela pero hoy estoy con ellos, fíjese. ¿Usted cree que los músicos se escuchan entre si? ¡Ja! (Lingotazo) ¿Dónde está la comisaría más cercana?

            Y así es como pocos minutos después, en la comisaría de policía sita en Vía Laietana, un policía sentado en el mostrador, paulatinamente contrariado por la extraña denuncia que dos hombres, entre ellos un policía de otro distrito, quieren interponer por estafa, pregunta a un recién llegado que a ver él qué quiere denunciar.

-         ¡Esto no es jazz!



FIN

 El autor recomienda encarecidamente escuchar
free jazz durante la lectura de este texto y siempre

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