A MODO DE INVENCIÓN. PRESENTACIÓN

Aquí comienza una aventura fascinante: la aventura del saber. Ese saber que no necesita justificación ni finalidad, y que proporciona, para lo que lo saborean, un inmenso placer. Un saber que es un modo de vida, y que es más importante que los conocimientos que aporta. "Corazón tiene el que mira el abismo, pero con orgullo", decía Nietzsche. Así que... ¡Atrévete a saber!


viernes, 2 de diciembre de 2011

Dolor de jazz (3)


Tercera dosis (1ª Parte)

Hay gente a la que le ocurren cosas. Cosas. Regularmente se ven inmersos en situaciones en las que su voluntad no adquiere importancia. Encontrar una gorra tirada en la arena a las 4 de la tarde en un paseo por la playa, la aparición de un coche con una antigua amiga dentro dispuesta a recogernos en autostop en un lugar inhóspito, un cielo despejado que coincide con el día libre de trabajo tras una semana de lluvia. Aunque tales situaciones son, en ocasiones, desagradables. No se trata, entonces, de gente afortunada ni destinada a vestir un pareo durante toda la vida. Esta gente no es mejor cuando las coincidencias son prósperas, ni tampoco peor cuando el azar juega malas pasadas. Pero por el contexto en el que están, por el entorno en donde trabajan o los vecinos que tienen, esta gente, haciendo lo que hacen, opinando lo que opinan, siendo como son, destacan. Les ocurren cosas. Hay que estar haciendo autostop en una carretera secundaria en Asturias para que azarosamente una examiga te recoja y así vuelvas felizmente a tirártela. Somos gente que al hacer lo que hacemos, algo no se queda indiferente. En mi caso, soy un melómano y hago de policía, así en ese orden. A veces en mi profesión me ocurren cosas que fomentan mi amor por la música, otras que provocan mis dudas.

De éstas últimas, baste solo mencionar que soy poli de oficina y que, tras años de soportar un hilo musical estridente tipo 40 principales o excesivamente ñoño (que ya es decir) como el de Kiss FM, desistí de mi empeño en educar el oído de mis compañeros y superiores, aunque compartíamos ocho horas casi a diario. Empeño que me valió más de un adjetivo calificativo por parte de mis colegas. Sin embargo,  la historia que voy a relatar pertenece al grupo de las buenas historias, las que deben ser contadas.

Terminado el turno de tarde, me duché en la comisaría y me cambié de ropa. Me retrasé cenando en el Amics, un restaurante cuyo ambiente informal escondía una delicadeza inusual en el trato, tan familiar, y en el respeto por los alimentos. Los “espárragos hervidos 6 minutos sobre un lecho de arroz basmati y verduras contenido en una hoja de col tibia”, o plato número 13 para la comanda, fue un plato delicioso y el principal. Antes, una “ensalada colorista de verduras de temporada” y después un postre ligero de tarta de calabaza. Me encaminé al Day Jazz, un pub en el Gotic de música vanguardista y repleto de buena gente pasional y pacífica. Por eso iba a ser muy extraño para el portero del local ver una placa de policía y una mirada seria que advertía: “estoy trabajando en un caso”. Tantos policías lo hacían en muchos locales nocturnos para ahorrarse, al menos, la cola y la entrada; yo procuraba no abusar, pero en un lugar como el Day Jazz, bah, no les suponía nada.

A pocos pasos para llegar, a la altura de la Rambla en su entrada hacia Plaza Real, escuché a un hombre hablando consigo mismo y lo vi haciendo aspavientos a un coche de policía que pasaba lejano. Le pregunto qué le pasa.

-         ¿Le ocurre algo?
-         Necesito dar con la policía o encontrar un taxi para ir a la comisaría

No parece descontrolado, ni mucho menos peligroso.

-         Pues ya ha dado con ella –le digo enseñándole la placa. ¿Cuál es el problema?
-         Venga conmigo, ahí, al Day Jazz, verá, verá. Qué suerte, así será testigo. Mire, yo  no estoy loco pero hay muchos tipos de estafas, y hoy me han estafado.
-         ¿Le han cobrado la entrada y después no le han permitido entrar?
-         No es eso, mire…
-         ¿Le han cobrado la entrada y después no han llegado los músicos?
-         Que no, escuche…
-         Vale. Cuénteme despacio
-         ¿Le gusta a usted la música? –me dice brillándole los ojos
-         Claro –sonrío más que pronuncio
-         ¿El jazz?
-         Como mínimo, todas sus décadas –sigo curioso por el asunto
-         Entonces, ¿conoce el llamado free jazz? ¿Le gusta a usted?
-         Depende. Cecil Taylor, a lo sumo, y cada mucho tiempo
-         ¡Bien! Pues venga conmigo… ¡qué suerte! Comprobará lo que le digo

Prudente, le pido que me explique el motivo de la supuesta estafa.

-         Que eso no es jazz, hombre. Yo vine a ver un concierto de jazz y me han metido a  unos tipos virtuosos y frenéticos que parecen haber pasado la infancia en un vagón de metro, mamando ruido. Que no. ¿Usted lo ve lógico? Imagine que va a un recital de poesía y se encuentra con una obra de teatro, ¿no le extrañaría? Pues imagine que desea escuchar un buen directo de, pongamos por caso, una banda rockabilly, y se encuentra con heavy metal. Que no. Eso no es jazz y por tanto es una engañifa.

            Cualquier policía más o menos veterano ya está curtido en, digámoslo así, perfiles sociológicos extramuros de la supuesta normalidad, que son, a la vez, los más estudiados y los más imprevisibles, y por ello desconocidos y poco fiables. Pero yo, melómano y policía, por ese orden, no iba a hacer caso de ninguna sociología, así que acompaño a ese hombre hasta el Day Jazz. Dada la hora, no hay cola hasta después de acabado el concierto, así que vamos directamente hacia la puerta. Yo primero.

-         Policía. Soy el sargento Fúster, mi compañero y yo estamos trabajando en un caso.
-         ¿Su compañero? Este hombre ha salido hace un cuarto de hora como una exhalación, hablando solo. ¿Qué caso es ése?
-         Necesitamos entrar en su local antes de que acabe el concierto. ¿Cuánto le queda?
-         No más de 30 minutos, supongo. Ya sabe, con el free jazz
-         ¿Lo ve? –lo interrumpe el indignado. Se ha delatado, lo ha dicho.
-         Cállate Martínez. Mire, necesitamos su ayuda, una ayuda que todos los porteros de todas las discotecas de todo el mundo saben que tienen que prestar a la policía, si no quieren tener problemas de licencia, denuncias de los vecinos, o con el consumo de drogas que se toman en todos los locales como éste. ¿Quiere interponerse en el trabajo policial? ¿qué va a hacer? ¿llamar al propietario? Usted elige
-         De acuerdo –responde el portero. No tiene que amenazarme, pero de acuerdo. Espero que no sea una costumbre. De todos modos, tome un par de invitaciones a una copa. Cortesía de la casa
-         Ahora no. Estamos de servicio

Una vez dentro, se cruzan con un hombre que sale apresurado y no reparan en
que lleva recién encendido un cigarro. Por el pasillo que conduce hacia la sala, el hombre al que habían llamado Martínez le tiende la mano al policía.

-         Luciano Gonsálvez
-         Álvaro Fúster

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