A MODO DE INVENCIÓN. PRESENTACIÓN

Aquí comienza una aventura fascinante: la aventura del saber. Ese saber que no necesita justificación ni finalidad, y que proporciona, para lo que lo saborean, un inmenso placer. Un saber que es un modo de vida, y que es más importante que los conocimientos que aporta. "Corazón tiene el que mira el abismo, pero con orgullo", decía Nietzsche. Así que... ¡Atrévete a saber!


domingo, 12 de septiembre de 2010

Diálogo

-    Papá era ciego, no tenía problema. Total, siempre ha visto así.
-    Ya pero yo no estoy acostumbrada.
-    Yo no sé dónde hay velas. ¡Las velas las traen los invitados junto con el vino!
-    Y yo que casi duermo con la luz encendida…
-    Mira, ni tú ni yo fumamos, pero en mi casa tiene que haber velas y mecheros varios. Voy a trastear como es mi costumbre.
-    No, ten cuidado, tienes un esguince y yo he venido aquí precisamente a cuidarte.
-    De aquí a un rato se nos acostumbrarán los ojos, o eso dicen en la mili.
-    Sí, siendo interior, a tu piso no le llega la luz de la calle.
-    Espera que me levanto con la muleta… ¡ca! ¡Mierda de pisos enanos!
-    ¿Lo ves? Te lo dije. Mira, no conozco tu pisito, pero sé que tiene tres piezas y en algún cajón tiene que haber velas, o al menos unas cerillas para vernos las caras unos segundos. Así que quédate sentadito y limítate a decirme qué cajón tiene más posibilidades de dar luz a esta cena. Porque lo que está claro es que yo no ceno a oscuras. Y menos aún cenaremos con tu horno eléctrico sin electricidad. Porque ya me dirás cómo se cocina una “dorada a la sal” si no.
-    Vale, vale, Cristina. Eres mi hermana y has venido con ese fraterno sentimiento a ayudarme después del accidente. Una dorada salvaje a la sal, y fíjate que salvaje, grande y rojiza, vale tres veces más que una de piscifactoría, me parecía lo menos que…
-    Y aún no me has dado el dinero.
-    Lo buscaremos también. Primero las velas. Me conozco mi raquítico piso tan bien como mi bar favorito. Frente a nosotros hay un mueble, donde está la tele y el equipo de música. Pues bien, en la parte baja debe haber tres cajones: dos juntos pequeños, y al lado izquierdo, una más grande. El mueble es de pino negro, bajo, conjuntado con una mesa para el té esmaltada con una fina capa…
-    Eh, que no estamos en uno de tus  cuentos...
-    Prueba ahí. En uno de los cajones.
-    Abro el grande. Por aquí parece que hay papeles, una funda para las cartas o un paquete de tabaco… Lo voy diciendo para que descartes si no te suena que estén ahí las velas y para tranquilizarme; me creo que me va a morder una rata o algo así.
-    Pues ahí no están. Y en los otros me suena que están guardados los mandos a distancia, algunos CD’s y cintas, papeles y más papeles. Y son cartas, yo no fumo.
-    Tú no fumas, tú te caes de la moto. Y además tienes mecheros que… ¡encienden!. Un poco más me puedo orientar. En efecto, aquí hay cables, alguna regleta, y… espera… ¡bombillas!. Brillante idea, buscar aquí. El cajón más antivela de todos, al menos tengo el mechero.
-    Mira…
-    Ya sé, en las habitaciones. ¿Primero en la tuya?
-    La de enfrente, el cuarto de invitados (las invitadas duermen conmigo). Ahí no creo que haya, pero mira por encima. Opuesta a la puerta hay una estantería con demasiados libros para que cupiera una sola vela; pero a la izquierda está la mesa del ordenador donde tal vez.
-    Donde tal vez haya más libros. Estoy viendo un montón de papeles en la esquina superior izquierda, el teléfono fijo y los altavoces. En la otra estantería… no hay más que libros y archivadores, y… ¡ay!.
-    ¿Qué ha pasado?
-    ¡Me he chocado con tu puta silla! ¡Ya estoy suficientemente nerviosa!
-    No chilles hermana, el piso es enano.
-    ¡Más cosas tiene! En el armario nada, ¿no?
-    Noooo
-    Voy a tu cuarto. Me está quemando el dedo este mechero de…Vale, pero es que ya te digo, me vengo aquí con la idea de cuidarte un poco que es mi obligación, ya que ni tienes novia ni nada parecido, y encima que tengo miedo a la oscuridad…
-    No se tiene miedo a la oscuridad, sino a lo que pueda haber en la oscuridad.
-    ¿Churchill? ¿El Dalai Lama? Tanto leer te vas a quedar tonto. No me metas más miedo…
-    Qué carácter.
-    Eso. A ver: la cama enorme, al fondo la ventana, y debajo el equipo de música sobre un baulillo de mimbre. ¿Ahí dentro?
-    Sólo hay ropa.
-    Y la mesilla de noche. En un cajón tienes… ¿no tendrás guarrerías por aquí no?
-    ¡Yo hago las guarrerías, no las tengo!
-    Ya se ve. Condones, calzoncillos, un despertador, mira que… En el otro, los calcetines, bolis, papeles, un pintalabios.
-    Quédatelo
-    Ni hablar. Aquí no hay nada de velas, majo.
-    Pues entonces no sé. Qué raro, a Lucía, bueno a una, le encanta encenderlas cuando viene y se nos hace de noche, y cuando...
-    O se os va la luz, o las ideas. ¿Alguna otra posibilidad?
-    El cuarto de baño. ¡Cuando tomamos un largo baño con sales y aceites!
-    ¡Aaaahhhh! Pues sí que te cuesta acordarte. Dime, ¿dónde exactamente?
-    Mira, no te pases, yo soy más feliz con cinco chicas viendo a cada una un par de veces o tres al mes, que tú con un marido al que no te gustaría ver ni en pintura.
-    ¿Y tú qué sabes, eh?
-    No hay que saber, hay que mirar. ¿O es que no te has venido aquí también para librarte al menos una noche de su Mira quién baila y de sus ronquidos?
-    Te estás pasando, niñato.
-    Sí, tú sabrías al instante dónde están las velas, o la luz de la avenida esa entraría por el magnífico balcón de tu casa, o mandarías prender a tu marido con el fin de tener luz.
-    ¡Basta!
-    Pero no tendrías velas para un largo baño con tu marido, ni aceites ni esencias ¡ni pollas!
-    Ahí te quedas, lisiado, bicho raro, fumao, ¡siempre has sido como un grano en el culo para nosotros!
-    ¿Vosotros? ¿Quiénes? ¿Mamá y tú? ¿Tu marido y tú? No me vengas con… ¡y no des un portazo! ¡Maldita! ¡Siempre liándolo todo con ese miedo y ese carácter! Velas en el baño, ¡pues claro, coño!

Y se vio a sí mismo frente al espejo cuando se hizo la luz y el silencio. No le dolía el tobillo.

Mierda de…anda, que vaya careto se me ha quedado. Y encima viene la luz cuando ésta se va, ¡ja,ja! no te digo yo, mamá dice que tiene mala suerte hasta cuando pisa una mierda, la muy… hermana mía. Siempre igual, pasamos dos horas juntos y ¡pum!, alguno explotamos o hacemos que el otro explote y ¡tatatata!, a dispararnos basura y salibilla. Nunca me ha aceptado, ¿por qué, si es igual a mí? ¿por ser mujer? Hay gente que nace con una estrella, y otra estrellada. Vaya mierda de frase. La tía dejaba un novio tras otro, o la dejaban, pero siempre había conflictos. Ya me huelo yo cuáles. Mala suerte. Y encima se casa con el aspirante a bombero que no sale en los calendarios, que acaba ganando un montón de pasta por compra-venta de pisos. ¿No se elige, eso? ¿no se huele la patata antes de tocarla y saber que está podrida?

Mala suerte la mía, coño. Una madre sobreprotectora llorando a lágrima viva un accidente de moto, y sin poder explicarle que no fue culpa mía. Resultado un esguince que irá para un mes, y esta cosa rígida en la pierna izquierda. Me pica. Total estoy en paro, no tienes nada que hacer, me decían todos, ¡vivir coño!. No me publican nada y si lo hacen no pasa de una revista universitaria. Eso de cinco mujeres en un mes… la poesía tiene su punto, más da un buen coche muchas veces. Claro, es para una noche y molan más cuatro ruedas y una casa, no un cuchitril. A mí me gusta que las chicas huelan bien y me dejen, al menos, reirme de mis chistes, y a ellas, muchas veces, pues eso. Cinco chicas… ni el rafalín follarín. Tengo calor., y si sudo me pica más. Cómo grita mi hermana. Qué mala suerte, se va la luz y ¡ea! ¡pum! Explotó. Joder, que huelo a quemado, qué… la dorada, ¡la dorada! ¿No tiene el horno un sistema de seguridad? ¡Ca! ¡ay! ¡ay! ¡arg! El teléfono ahora… Lucía

-    ¡Lucía!
-    Tío, al final salimos mañana para el Pirineo. ¿Estás en casa?
-    Jodido. Sí sí
-    ¿Quieres que duerma allí?

Suspira

- Nena, eres como una hermana para mí.

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