I
Ahora aplaudes a las aves
con una armónica palmada
de mano dulce de frutera
y sonríes ampliamente
(la garza vuela a tu antojo).
Planear volar… se puede.
Desear anhelar…
Morderás la tela negra
hipnótica del culto el cultivo y el curioso
culpable de tus ojos
y tus retoños.
Te frotarás los pies
cuando el viento ardiente del desierto
te hiele la mirada
por un bajo recoveco.
Rondas quince años.
Te aplomarás, sí
tu pan será tu ancla más varada
la piedra del enfado
que portarás sobre tu pecho
como llevan algunos el diario
de un martes cualquiera.
De tu andar despreocupado
y tu silbido de sirena
al sudor que oprime el cuerpo,
mediará una pesadilla
sin cuello y sin espalda.
Tu amor será privado.
Solo tú sabrás de tu sonrisa.
Ahora aplaudes y cantas en voz alta.
Es lo único que tienes.
II
Rememora el infierno.
Carraspea la baba
y despiézala entre los dientes.
Retoza tu lengua se recrea
ociosa juega sucia se relame
gira. Rueda. Cuelga
la pálida pus del agua herrumbrosa.
Hilachos de saliva gelatinosos
como la sopa ceniza de orugas
el caldo de sanguijuelas
donde sumías tu cabeza
mañana tarde y noche
domingos lunes viernes
cuando las arrugas del insomnio
antes de tu veinte cumpleaños
eran rasgos de un guerrero
con vaqueros, cuello vuelto y lentillas.
Y sigues volteando la ramera espuma
que mantiene tu boca cerrada
ya estés muriendo o bosteces
ya sea un beso sorpresa.
Y desmientes los rumores
(dicen: “mira fijamente,
siempre está callado”)
con espasmos y sudores
ladeas la cabeza hacia la izquierda.
Y masticas el potingue cándido y caliente.
Si y solo si.
Le ofrecen el cuello testarrosa
a tus colmillos de oro de ley
dando palmadas en la espalda
tragas.
Jinetes de una galera carcomida
burlados por aviesos del mercado
esconden la mirada en el bolsillo
tragas.
Mujeres restadas como cuentas
de fuera por dentro divididas
por mano de hombre estampadas
tragas.
Tragas.
A nadie escupas a la cara.
Solo quieren saludarte.
III
En sus playas
la roja media Luna
alumbrando inhibe los besos
velados novicios viciosos
de las aves ponedoras
libres de cepos
y un pez naranja con miles de ojos
yace en la arena vigilando
la mugre de un cadáver.
El diez del diez del diez.
Bajo sus arcos
y a la sombra apagada que es la noche
encuentras dos cinturas
palpitando aun sin aire
una más clara y luminosa
más brillantes sus escamas.
El diez del diez del diez.
Al –Jadida, Marruecos
decidiendo por millares
propinando dátiles a manos extendidas
nada orantes.
Morí de lucidez.
Al leer tus versos, los sentimientos, pensamientos y momentos vividos me parecen soñados, pero a la vez, se hacen más reales, descubriendome verdades hasta ahora escondidas en la conciencia.
ResponderEliminarGracias por iluminar mis recuerdos, amor.